NICOLÁS CABRÉ: “Si de algo estoy seguro es de que de mí no saben nada”
Nicolás Cabré tiene puestos los mismos zapatos negro-brilloso-punta cuadrada que Martín Palermo lució en el living de Susana. Y, como el ídolo xeneize, está hundido en un sillón espumoso, rodeado de cámaras y con una rubia al lado. Claro que en este momento no es Cabré sino Chiqui, un crack que se anda escapando de la justicia española, y la rubia junto a él no es la diva de los teléfonos sino Florencia Peña –con su pelo teñido y armado cual peluca Barbie Malibú–, que vendría a ser algo así como la madama de las demás chicas que lo rodean: Isabel Macedo, Romina Gaetani y Silvia Pérez, todas muy animal print, todas muy new rich, todas muy botineras, esa nueva categoría social acuñada en las tardes de Canosa y Rial que da nombre a la tira de Sebastián Ortega que comienza el próximo martes por Telefe.
Corte a Florencia Peña: “¡Por qué mi personaje nunca se habla con Chiqui! ¿No puedo decir algo tipo ‘Chiqui, qué lindo que andás?’ ¡Una línea al menos!”. Carcajadas. Cabré también se ríe. En realidad, desde que el director cortó la escena y Damián de Santo y Peña arrancaron con un tiroteo afinadísimo de chascarrillos, Cabré mantiene una mueca que pareciera decir “me estoy divirtiendo”. Pero no agrega nada, no comenta, se queda ahí, en su sillón, y mira. Una hora después, muerto de ganas de fumarse un cigarrillo y sentado en la casa de Gran Hermano 1 –que ahora es el bar de los estudios de Telefe, con pileta y todo–, dirá que el personaje de Chiqui le permite hacer todo lo que él no haría ni loco: “Él es un tipo muy para afuera, está todo el tiempo boludeando, y yo para nada”. Lo dirá con la boca bastante cerrada y una voz calma que pelea por atravesar la fila de dientes perfectos.
–¿Se apaga la cámara y te metés para adentro otra vez?
–Sí, claro. Me gusta porque se escapa todo el tiempo, cae bien parado, tiene un movimiento que no es usual en mí. El tipo es un futbolista estrella que juega en España y lo acusan de un asesinato, así que se viene a la Argentina con la excusa de que se va a casar con Isabel Macedo para zafar un poco del asedio; es un atorrante importante. En el medio conoce a una mina que le mueve el piso (Romina Gaetani), y también está Giselle (Peña), que es como la que regentea a las botineras y arma parejas. Chiqui es un personaje complejo.
–Un poco más ambiguo de los que venías haciendo.
–Claro, acá no hay buenos muy buenos ni malos malísimos. Chiqui, por ejemplo, casi nunca habla en serio, es muy caprichoso, cuando...
Cabré no termina la frase porque una manito le acaba de tocar el hombro. Al darse vuelta dos teenagers fascinadas le piden una foto, de esas que deben adornar la puerta del placard. “Después de la nota”, pide él. Así que las minifans se van afuera a esperarlo, junto a la pileta de Gran Hermano, y nosotros seguimos.
–¿Te inspiraste en algún futbolista real?
–No, la verdad no; obviamente algunas cosas puedo tomar: de chico Chiqui jugó en Deportivo Cristal (risas) y a los 16 años se va para Europa y se convierte en un Messi. Si hay que imaginar a alguien imaginamos a Messi, apuntemos alto, pero no está basado en nadie, además hay demasiadas susceptibilidades.
–Es que va a ser inevitable buscar paralelismos.
–Sí, pero nosotros jugamos un poco con el imaginario público. A lo mejor lo ven y dicen “esto es demasiado” o a lo mejor dicen “ahhh, está livianito”.
–O terminan mandando carta documento diciendo, “ésa soy yo”.
–Y, va a haber de eso, sin dudas.
–Cuando te ofrecieron este proyecto, ¿no te dio miedo dejar la seguridad de Pol-ka?
–Esto era una experiencia que tenía que vivir, correrme un poquito de Pol-ka, conocer otras maneras de trabajar, a otros directores, conocerlo a Sebastián (Ortega). Acá igual nadie me hizo sentir que estaba a prueba, pero la prueba está siempre conmigo mismo, yo quiero crecer y ser un gran actor. Correrse un poco de lo seguro, de mi segunda casa, y extrañarse, está bueno.
–No estudiaste teatro, ¿de qué te alimentás para completar tu formación?
–De todo, soy un obsesio del trabajo pero en el trabajo, quiero que todo salga bien, soy demasiado detallista, muy autocrítico. Pero no soy un fanático de ir al teatro y fijarme en todo, sólo trato de disfrutarlo.
–Pero cuando uno dice “me encantaría actuar como tal”, ¿vos en quién pensás?
–Para mí haber estado con Alfredo (Alcón, con quien protagonizó El gran regreso en 2004) fue lo más grande que me pasó arriba del escenario y lo que me va a pasar. Si yo pudiese actuar un cinco por ciento de lo que actúa él, sería feliz. Es un maestro pero no se pone el cartelito, nos hablábamos, nos preguntábamos cosas, ¡él me preguntaba a mí! Es lo más grande que existe en el planeta. Cuando hicimos Vulnerables, la primera vez que trabajé con él yo decía “chau, esto es único e irrepetible, y ni en mi sueño más ambicioso soñaba con repetir la experiencia”. Y después tuve la posibilidad de verlo volar sobre el escenario.
–Y pasar del teatro con Alcón a las tiras costumbristas ¿no te generaba dudas sobre qué camino seguir en la actuación?
–Yo no catalogo las cosas, me parece un recurso utilizado de mala manera, eso de decir “esto es comercial” para menospreciarlo. Todo es comercial, yo no conozco a nadie que regale entradas o que pase una gorra agujereada. Yo trabajo en lo que me gusta y listo.
–Dijiste que eras autocrítico, ¿te gustás cuando te ves?
–No, nunca.
–¿Dónde está tu goce entonces?
–Mientras actúo. No siempre sufro, pero lo único que quiero es llegar a ser un gran actor.
–¿Qué trabajos sentís que te hicieron avanzar casilleros hacia ese objetivo?
–Nunca lo viví así, estoy muy contento con todo: desde Flavia Palmiero hasta hoy, estoy feliz, porque siempre apunté al mismo lugar y nunca hice nada por plata. ¿Vos te acordás la escalera de Susana Giménez que cuando la iba pisando se iban prendiendo las lucecitas? Bueno, ésa es la imagen que quiero para mi vida, y llegar hasta donde llegue.
–¡Hasta el living de Susana, se te hizo realidad! (N. de la R.: este domingo está invitado al programa de Susana junto a sus compañeros de elenco.)
–(Risas.) Quiero darme vuelta y ver todas las lucecitas prendidas, sin haberme saltado nada.
–¿Manejás mejor los chismes y las portadas de revistas que hablan de tu vida privada?
–Nunca lo sufrí. Por mí digan lo que quieran, me encanta, porque si hay algo de lo que estoy seguro es de que no saben nada, de pronto leo que vivo en la calle Güemes, bueno, si quieren vivo en la calle Güemes. La gente que tiene que saber mis cosas las saben por mí, y mirá que dijeron que me drogaba, que era gay, de todo, pero nunca tuve que explicar nada, hablen, qué me importa.
–¿Qué te gustaría hacer por fuera de la tele?
–Estuve buscando algunas cosas en teatro.
–¿Para interpretar o para producir?
–No, yo creo que la etapa de productor no me llegó...
–¿Viene después de la de galán?
–Claro, viene galancito, galán, galán maduro y productor. Creo que me falta, todavía sigo siendo galancito (risas de dientes cerrados).
Tras las huellas de la adelantada botinera Wanda Nara
El mundo del fútbol inglés –con Victoria Beckham como reina en la materia– ya había inspirado una serie acerca de la vida de esas mujeres que se casan con jugadores y de un día para otro entran en el universo de la fastuosidad que, además de autos de lujo y carteras Prada, viene con el combo de negocios y relaciones peligrosas. Duró cinco temporadas y se llamaba Footballers’s wives.
La versión vernácula, Botineras, ideada por Sebastián Ortega y producida por Underground, Telefe y Endemol, tiene un poco menos de Prada y un poco más de “Wanda Nara style” –de hecho su frase “yo fui la primera botinera” funcionó como disparador–, pero no se centra en el universo del chisme amarillista sino que gira en torno de una trama policial: Chiqui Flores (Nicolás Cabré), un jugador que triunfaba en el fútbol español, vuelve a la Argentina después del asesinato de otro jugador. Acá, junto a su mánager (un expansivo Damián de Santo fanático de la parafernalia deportiva) y su abogado (Gonzalo Valenzuela), intentarán zafar de las sospechas mientras arman algunos negocios paralelos con el mercado matrimonial de botineras. Florencia Peña será la regente de todas estas chicas de su casa pero, claro, entre ellas habrá una infiltrada: la infartante Romina Gaetani que, con esas piernas y ese lomo es, sí señores, una doble agente de la policía. Cosas que sólo pasan en la tele.
Diario Crítica